miércoles, mayo 18, 2005

La “otra terminal”

Lunes 6 am. Sullana, norte del Perú. Un elevado número de la población ha despertado buen rato atrás. Miles de cosas por hacer les lleva a su pequeña metrópoli, Piura.


En las provincias del norte, del sur, del este y el oeste, ocurre, a la misma hora, un fenómeno parecido.


Por razones muy personales amanecí en una ciudad que no era la mía; pero no por eso dejaba de ser menos acogedora para mí; no obstante, ya era hora de regresar y tuve que tomar una combi allí, en la estación local de Sullana, para regresar a Piura. Luego me arrepentí...


...La barbarie con la que chóferes, llenadores y oportunistas, llaman a la gente a abordar sus micros; y la gente misma que reacciona como ganado al llamado del ‘vaquero’: primero, mirando a su alrededor con sus ojos nerviosos –no vaya ser que alguien se les adelante– y luego, su respuesta al grito del ‘vaquero’ que les avisa de la partida del bus, para luego, disimuladamente, como queriendo parecer apáticos con el transporte, se agruparon y avanzaron con dirección a la puerta, para finalmente caer en una danza de amontonamiento, empujones y arrebatos.


Recuerdo todavía una vaca que mugía: ¡Adelia, Adelia, apúrate yo te guardo sitio allí! Entre ellos no había espacio para la senectud, o el trato distinguido a una dama, ¡que cosas, mejor que esperen!.


Vi entrar y salir cuatro combis, cuatro veces el tumulto y cuatro veces sin saber que hacer, civilizadamente, para ocupar un asiento de pasajero. Me armé de paciencia.
El hecho de tomar una combi no me perturbó del todo. No desprecio ese medio de transporte, por el contrario, lo he necesitado y me ha sacado de apuros varias veces. Sin embargo, eso no significa que su servicio me satisfaga del todo.


A la quinta combi me hice también ganado: empujé, arrebaté, olvidé la senectud de algunos, y violé el manual de Carreño ¿Qué iba hacer, quedarme a vivir para siempre allí en la estación, como en la película: La Terminal?


Ocupé un lugar justo en medio, gané la ventanilla y me apegué a ella, y reí, porque el nudo humano seguía en la puerta atolondrándose, ¡que gracioso!: encorbatados; costalillos que empujan portafolios; mochilas de estudiantes que vuelan entre las ventanas ocupando sitios al azar; rostros delicadísimos que sucumbían ante esta angustia; ¡ah!, y gringos, también éstos entran, atrapados en esa masa humana, practicando la mecánica del transporte: ¡a codazos! Un poco más lejos, de pie, con expresión critica y contemplativa, un muchacho dudaba si ser gente o ser ganado.


“Pero no hay que ser tan crudo –me dice un amigo– así son las cosas y ya”. Probablemente se deba a que, esa mañana, me encontraba muy sensible y lo que veía, de veras, me resultaba incómodo. De repente, he visto situaciones similares, antes; pero entonces allí, mi conciencia se encontraba cauterizada y no me afectaba. En la estación de Sullana, ¡Zas! desperté.


Conozco el esfuerzo que les exige, a los colindantes de Piura, presentarse día a día en sus centros de trabajo, institutos, universidades, hogares, etcétera, que están a más de 40 ó 50 Km. de sus pueblos. Es digno –de verdad– venir hasta Piura para hacer Dios sabe que cosas, con las características del transporte que se posee.

lunes, mayo 16, 2005

Concéntrate en el centro.

Cierta noche, caminaba distraído cerca del óvalo Grau, próximo a una de las ocho esquinas de la avenida del mismo nombre, cuando, de pronto, me interceptó un chiquillo de no más de 13 años, con cara compungida. Su aspecto, limpio aunque modesto, no comparable al de los típicos mendigos de esa zona, me llevó a detenerme y escucharle con atención:

- “señor, me da 50 céntimos [de nuevo sol] que me faltan para mi pasaje”, me dijo.

Luego de apreciar su cara de gato suplicante, salido de la película Shrek 2, recordé que en alguna oportunidad yo también tuve esta necesidad, aunque en lugar de ponerme a pedir dinero prestado, opté por regresarme a pie a casa. El recuerdo me llevó inconscientemente la mano al bolsillo y, cuando fui consciente otra vez, ya estaba dándole el medio sol que me pedía.

- “toma y no llegues tarde”, le dije.

Seguí mi ruta y mientras veía escaparates reflexioné sobre este hábito, tan arraigado en todos los piuranos: para muchos de nosotros, ir al centro de la ciudad se ha convertido en un ritual con tradición. Como nuevos piuranos organizamos nuestra vida en torno al centro y nos dejamos marcar por él. El centro representa para nosotros el centro de abastecimiento, el centro de diversión, el centro de trabajo, entre otros muchos centros.

La presencia de este punto geoestratégico en nuestra ciudad tiene múltiples consecuencias, de las que elijo para explicar dos: la económica y la social.

La primera consecuencia económica es que el piurano medio gasta un buen porcentaje de sus ingresos yendo al centro o volviendo de él, los padres de familia lo saben bien. El precio del pasaje “al centro” en el transporte público es un gasto considerable en el presupuesto familiar de muchos.

Además, cosa curiosa, este factor económico compite, al mismo tiempo, con un factor social de diversión que representa ese mismo centro para nosotros. Ir al centro no sólo es ir a trabajar o realizar trámites, sino también significa ir a divertirse. Quienes lo experimentan en carne propia son los adolescentes y los jóvenes, cuyo gasto de pasaje muchas veces equivale a otro tipo de diversión a la que saben que pueden acceder si se regresan a pie a sus casas.
Quince años han pasado desde que me quedé sin ‘sencillo’ para mi pasaje, pero habiendo experimentado recientemente el asalto del chiquillo, me cautiva pensar que el centro sigue significando lo mismo para los nuevos piuranos.